Solo ceniza y la habitación llena de humo. No
puede dejar de fumar uno tras otro. Sus dedos tiemblan y no consigue deshacerse
de aquella imagen. Camina de un lado a otro de la estancia vacía sintiéndose
ajeno a sí mismo. ¿En qué instante cruzó la línea? No lo sabe, pero sabe que
odia sus manos, ésas capaces de apretar tan fuerte.
Concha García Ros