Se ovilla sobre las baldosas frías y comienza
a temblar. Siente náuseas y vomita. Con cada arcada expulsa unas palabras
enormes que pesadas y espesas llenan el
suelo. Le lleva un rato deshacerse de
todas las que formaron esa historia de dos. Las hay únicas, vulgares, esperanzadoras, hirientes, resabiadas,
cercanas, horribles. Y mientras las contempla, ya fuera de sí, empieza a sentirse bien. Se incorpora y conforme se alza las letras
menguan, se vuelven livianas. Y la brisa termina por llevárselas.
Concha García Ros.