Cuando
llega esa hora de la madrugada en la que todo se difumina, el reloj del Palacio
Consistorial se para. Sólo por unos instantes, imperceptibles para los pocos
viandantes que a estas horas pasean en
dirección al puerto o hacia la Calle Mayor. Por unos segundos el tiempo se detiene, dando cabida a una
realidad paralela. Dicen que las figuras que adornan la plaza cobran vida. Dicen que se vuelve atrás en el
tiempo.
Y
allí está ella, con los ojos ansiosos y radiantes, esperándolo bajo el reloj del
antiguo ayuntamiento. El mecanismo vuelve a ponerse en marcha justo cuando sus miradas se cruzan y el
sonido de la hora retumba en sus oídos. Incapaz de dilatar un segundo más, su
imagen se desvanece, mientras él, cargado con su pesado macuto, trata en vano
de llegar hasta sus brazos.
Qué
historias cuenta la abuela, sensiblerías sin sentido. Aún así, hoy al pasar al lado del marinero
inmóvil me acerqué a él, sólo por
curiosidad, y al tocar sus ojos de
bronce mis dedos se mojaron. Amanecía.
Concha García Ros
Hola Concha, me he acercado a visitarte para leer la historia de tu marinero y dejame decirte que me ha gustado. Tienes razón, guarda cierta similitud con la mía.
ResponderEliminarMenuda casualidad!
Me quedaré por aquí a echar un vistazo. Saludos
Hola, José Ángel, gracias por tu visita. Un abrazo
ResponderEliminar¡Qué sabias las abuelas! Nadie narra los cuentos como ellas.
ResponderEliminarUn abrazo
Este cuento es muy especial. Está inspirado en las calles de mi ciudad. Un abrazo
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