jueves, 21 de agosto de 2014

RECUENTO

En cada cambio de estación toca hacer balance de ausencias y novedades. Al terminar la primavera las muñecas quedaron arrinconadas y las estanterías se llenaron de libros. Tras el verano se despidió de su primer amor y se calzó esas botas que pisaban firme el suelo. Pasó el otoño dejando en la almohada algunos sueños, mientras que por fin sonreía frente al espejo. El invierno inclemente devastó su memoria, ya no podrá hacer recuento.
Concha García Ros

AUSENCIA

   No sabré si fue el Prozac o la luna llena. Y qué más da. Al menos recuerdo llevarle orquídeas, que siempre le gustaron, a la cima donde ocurrió.

   Desperté temprano, hoy todo es distinto. Soy capaz de ver su ropa en el armario y aguantar el tipo. Me atrevo a salir a la calle sin arrastrar los pies al andar. Mis ojos no están enrojecidos ni tengo la mirada extraviada. Hasta devuelvo el saludo.

   Es el secreto. Sé que esta madrugada, como todos los plenilunios, un aullido quebrado se colará furtivo por mi ventana y volveremos a ser dos.

Concha García Ros
ENTC Agosto 2014

LAS LÁGRIMAS DEL MARINERO

    
    Cuando llega esa hora de la madrugada en la que todo se difumina, el reloj del Palacio Consistorial se para. Sólo por unos instantes, imperceptibles para los pocos viandantes  que a estas horas pasean en dirección al puerto o hacia la Calle Mayor. Por unos segundos  el tiempo se detiene, dando cabida a una realidad paralela. Dicen que las figuras que adornan la plaza  cobran vida. Dicen que se vuelve atrás en el tiempo.

    Y allí está ella, con los ojos ansiosos y radiantes, esperándolo bajo el reloj del antiguo ayuntamiento. El mecanismo vuelve a ponerse en marcha  justo cuando sus miradas se cruzan y el sonido de la hora retumba en sus oídos. Incapaz de dilatar un segundo más, su imagen se desvanece, mientras él, cargado con su pesado macuto, trata en vano de llegar hasta sus brazos.


     Qué historias cuenta la abuela, sensiblerías sin sentido. Aún así,  hoy al pasar al lado del marinero inmóvil  me acerqué a él, sólo por curiosidad,  y al tocar sus ojos de bronce mis dedos se mojaron. Amanecía.

Concha García Ros