Empezó a pensar en un nuevo teorema, sin
molestarle los cuchicheos de sus compañeros que siempre lo miraban con
extrañeza. Apenas oía sus risas cuando se deslizaban por la hipotenusa. Tras
las nubes se escondía juguetona la hipótesis. Los axiomas correteaban a sus
anchas de un lado a otro del patio, pero
cuando sonó el timbre para volver a clase se alinearon obedientes, y el sol reapareció satisfecho. Otra vez lo
había conseguido.
Concha García Ros