El inspector revisa una vez más los hechos:
esta mañana tuvo que pasar bajo la escalera que bloqueaba la entrada del
sótano. Siente desasosiego mientras conduce, pero la angustia le domina en la
puerta de comisaría, al cruzarse un gato negro. Durante el desayuno, derrama la
sal cuando le empuja el nuevo, ¡maldito torpe! En su despacho unas tijeras, abiertas
y acusadoras, le apuntan.
Todo se dirige a la misma conclusión. Un
disparo certero termina el análisis.
Diez minutos después su ayudante lo encuentra
desplomado sobre la mesa, no puede explicarle la broma de la que ha sido objeto.
Concha García Ros